Dirección
Barcelona y contemplando el paisaje de la costa del Maresme en movimiento, me
vienen miles de recuerdos a la mente. Imágenes, sensaciones y sobretodo las
gentes con las que he vivido y compartido parte de esta alucinante aventura que
llevaba tiempo preparando.
"Solo
trip", dos palabras cortas pero muy complejas. ¡Dos palabras que describen
tanto! Dos palabras que, en sí mismas,
comprenden un conjunto de experiencias que, una vez realizadas, jamás te
dejan indiferente. Y aquí, sentada en
uno de estos vagones cómodos, limpios y silenciosos, repletos de caras con
expresiones diversas y a la vez, una misma: preocupación. Pienso y escribo,
como tantas veces lo he hecho a lo largo del viaje, mientras el medio de
transporte avanza hacia mi destino. Un destino que ya no es desconocido, que ya
no me hace sentir esas mariposas (del descubrir) en el estómago, ni me deja sin
palabras... O igual sí, pero diferente. Ahora pienso en lo rápido que ha pasado
todo. En que 5 meses atrás estaba sentada en un tren como éste, hacia el mismo
destino, para poder vacunarme de todo aquello que, según los "centros de
medicina tropical para el viajero", es necesario antes de partir. Partir
¡Qué palabra! ¡Qué miedo y qué emoción a la vez! Abandonar el centro de confort (en el que al final
todo es previsible y no entraña aventura alguna) para adentrarme en el "no
confort zone" donde explorar, descubrir y conocer esos nuevos entornos y a
mí misma un poco más. Donde no hay día en el que no ocurra algo que me
sorprenda y en el que las horas parecen aumentar para regalar un tiempo
"extra" en el que "alabar" a mis sentidos. Es curioso la
cantidad de miedos, por lo desconocido, que entraña hacer un viaje sola. Y
sobre todo, si es la primera vez. Estoy segura de que el siguiente que haga no
será igual ¡De eso no tengo ninguna duda! Esos miedos que, si los dejas, te
paralizan. Pero si los afrontas y acoges, te hacen mucho más fuerte y te dotan
de herramientas nuevas para superar los siguientes. A menudo, la
"excusa" o "motivo" para hacer un viaje largo es el
desamor, la necesidad de reencontrarse con una misma o de querer encontrar
sentido a esta rueda en la que estamos inmersos que parece que, si no estás
atenta, te come casi sin elección. Aunque yo soy de las que opina que siempre
puedes escoger. Viajando sola, ésta es, justamente, una de las cosas que
aprendes desde el minuto cero. Se trata de un continuo elegir y tomar
decisiones, lo cual al principio parece que te ahoga, pero al final, forma
parte de los rituales que interiorizas y pasa a ser una de las
"rutinas" del viaje. Parece mentira los aprendizajes tan complejos
que llegas a adquirir a partir de las cosas más sencillas que ocurren en ruta. Aprendes
a observar con los ojos abiertos, a escuchar con los oídos en sintonía y a
hablar con sentido. Aprendes a valorar las cosas que en casa te parecen sin
importancia, y te das cuenta que ésas, en realidad, acaban dando significado a
todo lo demás.
Viajando por
países asiáticos y teniendo la suerte de conocer y convivir con lo que yo llamo
"grandes sabios", me he dado cuenta de la importancia de estar en el
"momento presente". Saborearlo y ser consciente de todo lo que
acontece en él, dado que es el único instante en el que realmente estamos. Las
"preocupaciones", como bien dice la palabra, son "pre", o
sea, tienen lugar antes de que eso por lo que nos preocupamos, llegue incluso a
pasar, y es de lo que no tenemos control
alguno, así que, es algo que aprendes viajando: a exprimir el momento presente.
Como viajera
primeriza de, "viaje en solitario", debo decir que ha sido una de las
experiencias más interesantes y enriquecedoras en mis 36 años de vida. Y si le
sumas que los países visitados fueron todos nuevos, es un "emocionarme,
sorprenderme y aprender de todo" sin cesar. Hace 5 meses, con la mochila
en la espalda, mucha ilusión y miedo a la vez, despegué de Barcelona con
dirección a mi primer destino:
Tailandia. ¡Qué mezcla de colores y olores contrapuestos, de humedad y de un
calor sofocante que, sumada la polución, ni te deja respirar ni ver con
claridad! País de templos budistas en los que las tonalidades rojizas y
anaranjadas se entremezclan con el dorado de las estatuas y los recipientes de
metal en los que depositan las ofrendas. Sus gentes, llenas de vida, de
agitación y calma, viven del turismo en las ciudades, y de sus cosechas, en los
pueblos. ¡Me encanta poder sentarme con ellos en esos puestos de comida y
saborear esas sopas picantes a primera hora de la mañana! ¡O esas ceremonias
budistas al atardecer, sentada en las alfombras rojas, y rodeada de gente
recitando al unísono! Sin olvidar ese aroma de incienso que lo perfuma todo y
te invita a un estado de relajación y calma indescriptibles. Al salir, el
sonido de las campanillas al viento, colgando del extremo de los tejados, son la guindilla final del cuadro de colores,
olores y sonidos que, sin darte cuenta, te inducen a un estado de meditación y
paz interior en medio de la caótica ciudad de Bangkok.
Viajar...
Cada uno tiene una manera de hacerlo, según lo que le pide su espíritu, sus
posibilidades y sobretodo, sus preferencias. Porque al final, en la vida, todo
es cuestión de prioridades. Para mí, viajar es mucho más que tumbarse al sol.
Es mucho más que entrar en un museo, o sacarle una foto a un monumento. Es
mucho...mucho más. Para mí, es no planificar demasiado para dejar paso a la
improvisación y a la sorpresa, al fluir de las cosas. Es entrar en contacto
directo con las diferentes culturas y sus gentes, en sus casas, en sus puestos
de comida, en su día a día y con su lengua. Abandonar mi cúmulo de costumbres y
hábitos diarios y empaparme de sus rutinas y rituales, de su comida y,
sobretodo, de esas sonrisas eternas que, afortunadamente, te contagian el alma.
¡Es impresionante! Dejo mis reglas cuadriculadas y me olvido del espacio-tiempo
y me vuelvo flexible para poder asumir y recibir, la suma de situaciones y
acontecimientos espontáneos que son la esencia del viaje. Un viaje que no es sólo
observar y escuchar, que ¡Ya es mucho! Sino un autoconocimiento que sólo se
consigue al desprenderse de esas "cadenas" que nos atan a la
"zona de confort". Dicen que la vida no tiene sentido si no
arriesgas. Que no pasa nada distinto si no haces algo diferente. Que la actitud
que tienes ante ella es la que te lleva por uno u otro camino y a vivir una
misma realidad de manera muy distinta. Pero lo que más me sorprende de viajar
sola, es esa capacidad que desconocía de mí misma, de adaptarme absolutamente a todo lo que va aconteciendo,
sin que represente drama alguno. Te vuelves más despierta, más abierta, y
aquellas pequeñas cosas que en nuestro día a día parece que son inexistentes,
en ruta, recobran vida, de tal manera, que acaban dando sentido a todo. ¡Es
maravilloso volver a descubrir el mundo como lo hacen los niños, con zapatos
nuevos! Todo te sorprende, todo te hace sonreír por dentro y por fuera y
descubres a una persona dentro de ti, que ni sabías que existía. Viajar y
sobretodo, viajar siendo mujer, no es fácil y si encima viajas sola, parece que
estás haciendo alguna locura. Pero cuando consigues desprenderte de todos los
prejuicios de nuestra sociedad y de los de la gente que te quiere y te rodea, y
te das un voto de confianza, entonces, algo mágico, ¡Sucede! Te sincronizas con
el viaje y aceptas lo que te va llevando y empiezas a entender el sentido de la
vida, de las relaciones y no resulta ni la mitad de complicada de lo que la
hacemos nosotros mismos. Te das cuenta, que lo material es caduco y que todo es
temporal, porque todos estamos de paso, así que, es una pérdida de tiempo
malgastarlo con preocupaciones de cosas que ya pasaron o que aún están por
suceder.
Viajando sola aprendes que tú
eres tu mejor amiga y que depende sólo de ti que la mantengas, que te cuides y
que lo más importante es confiar y creer en ti. Lo demás, llega solo. Viajar,
para mí, es un intercambio de sensaciones con la gente con la que tengo el
placer de compartir un pedazo de mi camino. Un camino que emprendí sola, pero
en el que pronto me han acompañado un montón de viajeros y gente local que ha
llenado mi mochila de unos "souvenir" que no tienen precio, ni
caducan, ni se estropean, sino que con el tiempo, mejoran: Las experiencias
compartidas.
Anna Mata.
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