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viernes, 19 de septiembre de 2014

Viajar...




 
Dirección Barcelona y contemplando el paisaje de la costa del Maresme en movimiento, me vienen miles de recuerdos a la mente. Imágenes, sensaciones y sobretodo las gentes con las que he vivido y compartido parte de esta alucinante aventura que llevaba tiempo preparando.
"Solo trip", dos palabras cortas pero muy complejas. ¡Dos palabras que describen tanto! Dos palabras que, en sí mismas,  comprenden un conjunto de experiencias que, una vez realizadas, jamás te dejan  indiferente. Y aquí, sentada en uno de estos vagones cómodos, limpios y silenciosos, repletos de caras con expresiones diversas y a la vez, una misma: preocupación. Pienso y escribo, como tantas veces lo he hecho a lo largo del viaje, mientras el medio de transporte avanza hacia mi destino. Un destino que ya no es desconocido, que ya no me hace sentir esas mariposas (del descubrir) en el estómago, ni me deja sin palabras... O igual sí, pero diferente. Ahora pienso en lo rápido que ha pasado todo. En que 5 meses atrás estaba sentada en un tren como éste, hacia el mismo destino, para poder vacunarme de todo aquello que, según los "centros de medicina tropical para el viajero", es necesario antes de partir. Partir ¡Qué palabra! ¡Qué miedo y qué emoción a la vez!  Abandonar el centro de confort (en el que al final todo es previsible y no entraña aventura alguna) para adentrarme en el "no confort zone" donde explorar, descubrir y conocer esos nuevos entornos y a mí misma un poco más. Donde no hay día en el que no ocurra algo que me sorprenda y en el que las horas parecen aumentar para regalar un tiempo "extra" en el que "alabar" a mis sentidos. Es curioso la cantidad de miedos, por lo desconocido, que entraña hacer un viaje sola. Y sobre todo, si es la primera vez. Estoy segura de que el siguiente que haga no será igual ¡De eso no tengo ninguna duda! Esos miedos que, si los dejas, te paralizan. Pero si los afrontas y acoges, te hacen mucho más fuerte y te dotan de herramientas nuevas para superar los siguientes. A menudo, la "excusa" o "motivo" para hacer un viaje largo es el desamor, la necesidad de reencontrarse con una misma o de querer encontrar sentido a esta rueda en la que estamos inmersos que parece que, si no estás atenta, te come casi sin elección. Aunque yo soy de las que opina que siempre puedes escoger. Viajando sola, ésta es, justamente, una de las cosas que aprendes desde el minuto cero. Se trata de un continuo elegir y tomar decisiones, lo cual al principio parece que te ahoga, pero al final, forma parte de los rituales que interiorizas y pasa a ser una de las "rutinas" del viaje. Parece mentira los aprendizajes tan complejos que llegas a adquirir a partir de las cosas más sencillas que ocurren en ruta. Aprendes a observar con los ojos abiertos, a escuchar con los oídos en sintonía y a hablar con sentido. Aprendes a valorar las cosas que en casa te parecen sin importancia, y te das cuenta que ésas, en realidad, acaban dando significado a todo lo demás.
Viajando por países asiáticos y teniendo la suerte de conocer y convivir con lo que yo llamo "grandes sabios", me he dado cuenta de la importancia de estar en el "momento presente". Saborearlo y ser consciente de todo lo que acontece en él, dado que es el único instante en el que realmente estamos. Las "preocupaciones", como bien dice la palabra, son "pre", o sea, tienen lugar antes de que eso por lo que nos preocupamos, llegue incluso a pasar, y es  de lo que no tenemos control alguno, así que, es algo que aprendes viajando: a exprimir el momento presente.
Como viajera primeriza de, "viaje en solitario", debo decir que ha sido una de las experiencias más interesantes y enriquecedoras en mis 36 años de vida. Y si le sumas que los países visitados fueron todos nuevos, es un "emocionarme, sorprenderme y aprender de todo" sin cesar. Hace 5 meses, con la mochila en la espalda, mucha ilusión y miedo a la vez, despegué de Barcelona con dirección a  mi primer destino: Tailandia. ¡Qué mezcla de colores y olores contrapuestos, de humedad y de un calor sofocante que, sumada la polución, ni te deja respirar ni ver con claridad! País de templos budistas en los que las tonalidades rojizas y anaranjadas se entremezclan con el dorado de las estatuas y los recipientes de metal en los que depositan las ofrendas. Sus gentes, llenas de vida, de agitación y calma, viven del turismo en las ciudades, y de sus cosechas, en los pueblos. ¡Me encanta poder sentarme con ellos en esos puestos de comida y saborear esas sopas picantes a primera hora de la mañana! ¡O esas ceremonias budistas al atardecer, sentada en las alfombras rojas, y rodeada de gente recitando al unísono! Sin olvidar ese aroma de incienso que lo perfuma todo y te invita a un estado de relajación y calma indescriptibles. Al salir, el sonido de las campanillas al viento, colgando del extremo de los tejados,  son la guindilla final del cuadro de colores, olores y sonidos que, sin darte cuenta, te inducen a un estado de meditación y paz interior en medio de la caótica ciudad de Bangkok.
Viajar... Cada uno tiene una manera de hacerlo, según lo que le pide su espíritu, sus posibilidades y sobretodo, sus preferencias. Porque al final, en la vida, todo es cuestión de prioridades. Para mí, viajar es mucho más que tumbarse al sol. Es mucho más que entrar en un museo, o sacarle una foto a un monumento. Es mucho...mucho más. Para mí, es no planificar demasiado para dejar paso a la improvisación y a la sorpresa, al fluir de las cosas. Es entrar en contacto directo con las diferentes culturas y sus gentes, en sus casas, en sus puestos de comida, en su día a día y con su lengua. Abandonar mi cúmulo de costumbres y hábitos diarios y empaparme de sus rutinas y rituales, de su comida y, sobretodo, de esas sonrisas eternas que, afortunadamente, te contagian el alma. ¡Es impresionante! Dejo mis reglas cuadriculadas y me olvido del espacio-tiempo y me vuelvo flexible para poder asumir y recibir, la suma de situaciones y acontecimientos espontáneos que son la esencia del viaje. Un viaje que no es sólo observar y escuchar, que ¡Ya es mucho! Sino un autoconocimiento que sólo se consigue al desprenderse de esas "cadenas" que nos atan a la "zona de confort". Dicen que la vida no tiene sentido si no arriesgas. Que no pasa nada distinto si no haces algo diferente. Que la actitud que tienes ante ella es la que te lleva por uno u otro camino y a vivir una misma realidad de manera muy distinta. Pero lo que más me sorprende de viajar sola, es esa capacidad que desconocía de mí misma, de adaptarme  absolutamente a todo lo que va aconteciendo, sin que represente drama alguno. Te vuelves más despierta, más abierta, y aquellas pequeñas cosas que en nuestro día a día parece que son inexistentes, en ruta, recobran vida, de tal manera, que acaban dando sentido a todo. ¡Es maravilloso volver a descubrir el mundo como lo hacen los niños, con zapatos nuevos! Todo te sorprende, todo te hace sonreír por dentro y por fuera y descubres a una persona dentro de ti, que ni sabías que existía. Viajar y sobretodo, viajar siendo mujer, no es fácil y si encima viajas sola, parece que estás haciendo alguna locura. Pero cuando consigues desprenderte de todos los prejuicios de nuestra sociedad y de los de la gente que te quiere y te rodea, y te das un voto de confianza, entonces, algo mágico, ¡Sucede! Te sincronizas con el viaje y aceptas lo que te va llevando y empiezas a entender el sentido de la vida, de las relaciones y no resulta ni la mitad de complicada de lo que la hacemos nosotros mismos. Te das cuenta, que lo material es caduco y que todo es temporal, porque todos estamos de paso, así que, es una pérdida de tiempo malgastarlo con preocupaciones de cosas que ya pasaron o que aún están por suceder. 

Viajando sola aprendes que tú eres tu mejor amiga y que depende sólo de ti que la mantengas, que te cuides y que lo más importante es confiar y creer en ti. Lo demás, llega solo. Viajar, para mí, es un intercambio de sensaciones con la gente con la que tengo el placer de compartir un pedazo de mi camino. Un camino que emprendí sola, pero en el que pronto me han acompañado un montón de viajeros y gente local que ha llenado mi mochila de unos "souvenir" que no tienen precio, ni caducan, ni se estropean, sino que con el tiempo, mejoran: Las experiencias compartidas.
 
Anna Mata.


 

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